martes, 4 de agosto de 2015

Buenos Aires: Ese extraño sur


Fabiola Pomareda / pomaredafabiola@gmail.com

“Subte línea B y me alejo más del cielo
ahí escucho el tren, ahí escucho el tren
estoy en el subsuelo, estoy en el subsuelo”
(“Mañana en el abasto”, Luca Prodan)



La mayoría de las veces tomábamos el micro; otras el metro o subte; y otras nos íbamos en el tren hasta la estación de Retiro. En Retiro podían ser las nueve de la noche y el calor seguía siendo insoportable. El andén estaba hirviendo; la gente resignada y unos chicos se metían al tren por la ventana.


En Retiro siempre había parada obligatoria en el kiosko. Los kioskos de libros y revistas en Buenos Aires son todo un microuniverso y quienes los atienden unos personajes. Ahí se encontraba cualquier cosa. Diarios, pósters, gatos desparramados dormidos sobre las revistas, novelillas eróticas, libros de Roland Barthes, un niño comiendo un enorme sándwich de jamón sentado sobre las cajas, revistas de fútbol El Gráfico y más.

Los primeros días nos quedamos en Vicente López, en el barrio de Florida. Estuvo muy presente todos los días Pepa Pig, este personaje adorado por Liz, la hija de Lili y Mau, que fueron quienes nos recibieron en su casa. Fueron días y noches de calor, de desayunos juntos, de caminatas, de helados, de pláticas y de largos viajes en micro.

En Buenos Aires estuvimos con mucha gente linda: Lili y Mau, mi primo Gabriel, Celeste, Alba, Carolina, y por supuesto Jeymer y Elena. Para llegar al apartamento de estos últimos, recibimos estas instrucciones:

“Quedemos para mañana tipo 13 horas, pero no pasa nada si llegás un poco más tarde o un poco antes. (…) Desde Avenida Corrientes al 5100 tenés que caminar hasta la esquina con Scalabrini Ortiz (en esa esquina vas a ver un monumento de unos músicos, son tipo como unos muñecos, es una banda de tango, adjunto una foto, es un monumento a Pugliese, el maestro ciruelo, cantante de tango del barrio y uno de los primeros miembros del partido comunista en Argentina). En esa esquina como que Corrientes se divide y comienza una pequeña calle que se llama Luis María Drago, caminás por esa calle hasta la esquina (hay un puesto de flores ahí) y ahí está Araóz, doblás a la derecha y a 20 metros está el edificio donde vivo (a la par de la verdulería)”.

Efectivamente llegamos y fue un día alucinante.

...

“Pero de pronto me golpea la conciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona
llena de dulzura (…)
La sangre del compañero
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente”

(“Somos cinco mil”, Víctor Jara)


A la mañana siguiente no hubo tiempo para dormir. Fuimos a conocer el centro de tortura clandestino Automotores Orletti.
Orquesta típica El Afronte





Los vimos en la tarde en una calle cerca de la Feria de San Telmo y a la noche los fuimos a buscar a este pequeño teatro en el segundo piso de un edificio. Su voz era destructiva, arrebatada. Los músicos caían sobre los bandoneones y se iban a negro al final de cada canción. Demasiada tristeza.

...

La noche del 31 de diciembre fue donde Alba y Osvaldo y la cena fue en el patio en la azotea de su casa. De comer hubo asado -lomito, pollo, costillas-, tomates rellenos con atún, ensalada de remolacha y zanahoria, pan, huevos duros y cus-cus. También pusieron cintas de colores colgadas de una cuerda y en cada cinta un papel en el que cada uno escribió un deseo. Luego vimos los fuegos artificiales por entre los edificios vecinos. Toda la casa estaba rodeada de altos edificios y ahí resistía.


La vida en los parques

En el Parque Centenario hay decenas de libreros; uno de ellos habla de Marx mientras cinco compradores lo escuchan atento. Ahí están esos libros que se encuentran por casualidad, sin buscarlos. Se ve de todo: ropa nueva y usada, antigüedades, casetes, camisetas de equipos de fútbol, bolsos, muñecos de personajes de caricaturas, como los ositos cariñosos, los simpsons, batman, el hombre araña y he-man. El parque enorme está lleno a reventar.



Primero de enero, 2015. Fuimos al cine a Caballito y a la salida caminamos hasta el Parque Rivadavia. La calle estaba casi vacía y todos los puestos de libros usados cerrados; sólo uno abierto e iluminado por un bombillo. El vendedor tenía una camiseta negra y el pelo largo, y miraba el monitor de una computadora vieja amarillenta. Afuera, cinco gatos comían de unos platos sucios.




Tres días después volvimos al Parque Rivadavia, pero de día. Esta vez no sólo había libros, sino también música, películas, programas de cómputo y gatos durmiendo detrás de las cajas de los libros. Viejos juegan ajedrez en las mesitas y en uno de los puestos una mujer vende pósters con fotos de Buenos Aires de los años treintas; en otro un rockero sesentón tiene mucha música metal. En los jardines, unas parejas comparten mate y los niños escalan árboles gigantes. Una banda toca salsa y son y la gente baila. Vemos pompas de jabón, al caer la tarde.


“Andábamos sin buscarnos
pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”
(Julio Cortázar, “Rayuela”)

...

Al final quedaron anotados en la libreta los recorridos que hacíamos cada día, nuestras rutas de viaje, las direcciones de los colectivos que debíamos tomar. Escribíamos allí en qué esquina subir, en cuál bajar y hacia dónde íbamos. Pequeños mapas dibujados en una libreta...


(16 de diciembre 2014 – 6 de enero 2015)

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